viernes, 12 de junio de 2009

La Corona de la Dolorosa: identidad de nuestra Congregación.


No por desconocido deja de ser uno de los momentos más entrañables de nuestra Congregación. El rezo de la “Corona de la dolorosa”, momentos antes a nuestra salida procesional el Sábado Santo es, sin duda, el acto más íntimo y espiritual de cuantos realiza esta Congregación aguilarense.

Recuperado hace ya ocho años, con ocasión del Primer Centenario Fundacional, supone reencontrarnos con los sentimientos y la fuente de espiritualidad en la que bebieron nuestros fundadores, inspirados en las Reglas de la Orden Terciaria de los Siervos de María.

Como bien se contempla en nuestras primeras reglas (aprobadas el 15 de septiembre de 1.901) los miembros de la misma, constituidos según su Regla 2ª por “cincuenta y siete congregantes varones, con el objeto de que haya siete coros de siete individuos y un celador de cada coro, que dan el total antes indicado”, tenían como primera obligación bajo pena de expulsión y por riguroso orden de antigüedad, “los celadores de rezar un Padre Nuestro, los congregantes un Ave María y el director espiritual la Letanía dolorosa diariamente, a fin de que dado el numero de los que componen la Congregación, resulte rezada todos los días la Corona Dolorosa a nuestra afligida Madre”.(Regla 15ª . Obligaciones de los Congregantes).

La diaria obligación del rezo de la Corona dolorosa se mantuvo al menos hasta inicios de los años treinta del pasado siglo. Rezo realizado también de manera pública en distintos momentos de su salida procesional en la madrugada del Jueves Santo.

A partir de los años cuarenta se celebraba semanalmente todos los viernes del año ante el altar de Nuestra Titular. En esa época, el celador de cada coro tenía como misión iniciar el rezo, adjudicar un dolor de Ntra. Sra. a cada componente de su coro (el cual debía meditarlo públicamente) y concluir con la letanía específica de la dolorosa.

No sabemos con seguridad cuanto tiempo se mantuvo en vigor el cumplimiento de esta regla. Si bien, por testimonios de los Cofrades más antiguos, podemos asegurar que permaneció al menos hasta finales de la década de los cincuenta del pasado siglo. Afirman que cumplían escrupulosamente este mandato estatutario y su ingreso se producía cuando fallecían o causaban baja alguno de los integrantes de algún coro de nuestra Virgen de los Dolores.

A partir de esta fecha serían un grupo de mujeres las que, devotas de la nuestra Imagen, van relevando poco a poco la participación activa de los siete coros masculinos. Al rezo se le une entonces la celebración semanal de la Eucaristía ante el altar de Nuestra Señora. Este hecho se produciría al menos hasta mediados de los años setenta.

Sin embargo, no deja de sorprender por qué la Virgen de los Dolores tiene un rezo particular distinto al Rosario que todos conocemos y podemos preguntarnos ¿Cuándo nace la Corona Dolorosa?, ¿Cuál es su fuente?, ¿Qué fin tenía este rezo? ¿Quién lo crea?.

En los testimonios servitas de la primera mitad del S. XIV, como el recuerdo del Dolor de la Virgen en el color negro del hábito, reconocemos el germen de la amorosa atención hacia el misterio de la virgen Dolorosa, que se desarrolló en los siglos sucesivos y constituyó uno de los elementos más característicos de la espiritualidad de la Orden.

El origen de la corona Dolorosa no es bien conocido, sin embargo, podemos asegurar que éste coincide con el desarrollo del culto a la dolorosa, a principios del siglo XVII. Una forma incipiente de la Corona se puede encontrar en un ejercicio al que Pablo V concede indulgencias en el breve Cum certas uniuciuque del 14 de febrero de 1.607. Este documento pontificio concede numerosas indulgencias a los ejercicios de piedad que practicaban los hermanos y hermanas de las “Confraternitate di Santa María” erigidas en las iglesias de los Siervos. Entre otras cosas, el Papa concede sesenta días de indulgencia a quienes reciten, el sábado, siete Padrenuestros y siete Avemarías.

Esto no es la Corona de la dolorosa estrictamente hablando pero ya están aquí muchos de sus elementos: los siete Padrenuestros; la referencia explícita a los siete dolores de la Virgen; el “siete” como número clave del ejercicio de piedad.

Sin embargo, las siete Avemarías no son aún las “siete septenas” del Ave María que constituirán un elemento fundamental de la Corona de la dolorosa y que le conferirá el ritmo de letanía que lo caracteriza.

Una segunda forma incipiente de la corona de la dolorosa se puede encontrar en una especie de “adaptación del Rosario” propuesta en 1608 por Fray Arcangelo Mª Ballottini de Bolonia O.S.M.. La aportación de Ballottini es sencilla y, al mismo tiempo, audaz:

- Sencilla, porque sobre una estructura ya consolidada – el Rosario – él introduce un elemento nuevo: la meditación explícita del dolor de la Virgen causado por los varios episodios de la pasión de Cristo.

- Audaz, porque separándose de la tradición del Rosario, propone la recitación cotidiana de los misterios dolorosos, lo que acentúa la contemplación de la pasión de Cristo en detrimento de la memoria de los misterios gozosos y gloriosos (y hoy también los luminosos).

La estructura propuesta por Ballottini tendrá una influencia decisiva en la futura estructura de la Corona y ésta asumirá a partir de entonces la estructura del Rosario, aunque sustituyendo la “decena” de Avemarías por la “septena”.

Estas “formas incipientes” de la Corona de la dolorosa indicaría, en todo caso, que los tiempos estaban ya maduros para su nacimiento. Sin embargo, en el estado actual de los estudios, no se puede establecer con precisión en qué año, en qué lugar y por obra de quién, la corona haya recibido su estructura clásica.

Es importante, al respecto, la noticia que nos ofrece Fray Carlo Vicenzo Pedini en su obra autobiográfica Istoria del convento di Bologna y en la que documenta significativamente los primeros pasos y el éxito de la corona en la célebre iglesia boloñesa de Santa María de los Siervos:
“El año 1.640 por orden del P. General, Angelo Mª Bernardi de Perusa, el domingo de Pasión se empezó a recitar públicamente en la iglesia, y por todo el pueblo alternativamente, la Corona de los siete dolores, ante la santa imagen de la Dolorosa, la cual devoción luego y siempre ha continuado practicándose cada domingo y día festivo después de las vísperas por un religioso designado para ello. Este ejercicio, por su modo de recitarlo, fue mandado imprimir en Bolonia el mismo año, siendo prior el P. M. Paolo Antonio Zani de Bolonia. De aquí se ha propagado esta devoción por muchas iglesias de nuestra provincia y religión”.

Esta breve reseña histórica nos muestra que la Corona no ha surgido como práctica de piedad improvisada o ajena a la vida de la Orden sino como concretización cultual de una espiritualidad mariana bastante difundida entre los frailes Siervos de María a finales del XVI y principios del XVII. Sin embargo, ésta no se compuso inicialmente para alimentar la vida espiritual de los frailes sino “como ejercicio espiritual” destinado a incrementar la devoción de los laicos pertenecientes a las Ordenes seglares propias de la Orden, en cuyo seno se creó la Congregación aguilarense.

Todos los años, el Sábado Santo, antes de realizar la salida procesional, la Virgen de los Dolores estará expuesta con sus mejores galas ante el Presbiterio. Un mar de túnicas crudas ribeteadas en negro inundará las naves sagradas y el silencio se apoderará de un Templo entre tinieblas. Sólo resplandece la hermosura de nuestra Imagen. Es nuestro momento, el que esperamos cada año, el íntimo y particular de cada uno de los miembros de nuestra querida Congregación.

Al fondo, una voz inicia el ancestral rezo de la Corona de la Dolorosa. Ese rezo que ha calado muy hondo en nuestra Congregación, y que muchos hermanos rezan durante el año en sus casas.

Los sentimientos afloran y cada hermano se adentra en lo más profundo de sí y le ruega a su Virgen por los suyos, por sus deseos y aflicciones y agradece como nunca que un año más pueda estar allí, junto a Ella, acompañándola en su dolor. Las miradas se entrecruzan y a veces, somos testigos, alguna lágrima, sin poderlo evitar, se escapa de nuestros ojos.

Esta es y no otra nuestra espiritualidad, nuestra vivencia como miembros de la Piadosa Congregación de Ntra. Sra. De los Dolores.

Juan Luis Arjona Zurera